martes, 22 de noviembre de 2016

Animales fantásticos y dónde encontrarlos, de David Yates




Animales fantásticos y dónde encontrarlos
(Fantastic Beasts and Where to Find Them, Inglaterra, EEUU, 2016)
de David Yates

Jesús Guerra

Newt Scamander (Eddie Redmayne) —un científico de la comunidad mágica inglesa, especializado en conservación de animales fantásticos—, llega, en 1926 (es decir 70 años antes de la saga de Harry Potter), a lo que tendría que ser una rápida visita a Nueva York, con una pequeña maleta. Su intención es encontrarse con un individuo que le venderá una rara especie de animal. Llega a un banco y en ese lugar suceden cuatro eventos que cambian radicalmente la dinámica del viaje, y uno más que le cambiará la vida.




En primer lugar conoce, por accidente, a un panadero (un «no-maj», que es como la comunidad mágica estadounidense conoce a las personas comunes y corrientes, es decir «no mágico», en lugar de «muggles» como en Inglaterra) de nombre Jacob y de apellido Kowalski (de fuertes ecos literarios, así se apellida uno de los personajes centrales de «Un tranvía llamado deseo»; Kowalski es interpretado espléndidamente por Dan Fogler), el cual está en el banco para pedir un préstamo para abrir una pastelería, y tiene sus muestras en una maleta de cuero idéntica a la de Newt.




El segundo evento: se le escapa a Newt de la maleta mágica una de las criaturas que ahí transporta, un animalejo maravilloso muy parecido a un ornitorrinco (¡un ornitorrinco!), que tiene especial predilección por todos los objetos metálicos y brillantes, como las monedas y las joyas (y están en un banco...). Tercero, debido a un accidente derivado del accidente anterior, Newt tiene que mostrarse ante Kowalski como un mago, y cuarto, cuando se despiden, por error intercambian sus maletas, así que cuando Kowalski, en su pequeño departamento abre su maleta, escapan algunos de los animales fantásticos que con tanto trabajo ha ido recolectando Newt en su viaje por el mundo, y estos animales pueden causar un caos en la ciudad y un desastre en las relaciones de los magos con los no-majs.




El quinto evento importante es que hay una bruja o maga que sigue a Newt porque le parece sospechoso, y cuando se da cuenta del desastre con los animales, lo arresta. Pero ella, llamada Tina (Porpentina Goldstein, interpretada por Katherine Waterston), tiene a su vez problemas con sus jefes en lo que sería el equivalente al Ministerio de Magia de Inglaterra, llamado Magical Congress of the United States of America, MACOSA (Congreso Mágico de los Estados Unidos de América). Nunca la toman en cuenta. No le dan importancia. Cuando ella explica por qué arrestó a Newt y abren su maleta en la oficina es cuando se dan cuenta de que Kowalski tiene la maleta de Newt pues ahí, frente a los jefes de Tina, sólo hay un montón de pastelillos. Así que Tina tiene que hacer equipo con Newt para localizar a Kowalski antes de que suceda un desastre. Y lo encuentran, pero algunos animales ya han escapado. Esa noche cenan en el departamento que Tina comparte con su hermana, Queenie (Alison Sudol), una bruja que lee la mente y que al parecer se enamora de inmediato de Kowalski. Jacob, por supuesto, está deslumbrado («No te preocupes», le dice ella, «todos los hombres piensan lo mismo cuando me conocen»).




Hasta aquí todo parece reducirse a una suerte de cacería urbana de animales fantásticos para devolverlos a esa suerte de maletín-zoológico de Newt, pero hay una segunda trama, literalmente muy oscura, pues por esos días se está produciendo en la ciudad un fenómeno que también pone en peligro las relaciones de los magos y los no-majs: hay un «obscurus» (o algo así) suelto, una energía negativa y destructiva fuera de control (digamos la furia ciega de una persona, exteriorizada en la forma de un minitornado). Y hay, por supuesto, un momento en el que ambas historias se juntan.




Hay otros personajes importantes aquí, y algunos de ellos cobrarán mayor importancia en las películas siguientes, pues ya se anunció que la saga constará de cinco películas. Una es Mary Lou (interpretada por la siempre estupenda Samantha Morton), una fanática religiosa que dice que «las brujas viven entre nosotros», y sus muy extraños hijos adoptivos; otro es Percival Graves (Colin Farrell), el Director de Seguridad Mágica de MACUSA. Y la sombra de Gellert Grindelwald, quien, según sabemos por la saga de Harry Potter, fue un amigo de juventud de Dumbledore y posteriormente su enemigo pues se pasó al lado oscuro. Dumbledore lo derrotó en 1945, es decir 19 años después de los acontecimientos narrados en este film.




Este es el primer guión escrito por J.K. Rowling y la verdad es que es espléndido. Es un guión original, aunque erróneamente se dice que está basado en el libro del mismo título, Animales fantásticos y dónde encontrarlos, publicado por J.K. Rowling en 2001. Ese libro, cuyo autor en el universo mágico es Newt, es un bestseller que para cuando Harry Potter y sus amigos lo llevan en clase, lleva ya 52 ediciones. Pero ese libro es un tratado de Magizoología, un bestiario, con la descripción de muchos animales fantásticos. Esta película no es ese libro sino lo que está detrás del mismo, y narra sólo una de las muchas aventuras del autor en sus viajes para capturar a estas criaturas maravillosas y mágicas. En el momento en que sucede lo narrado en esta película, Newt apenas está recabando la información y escribiendo el libro que publicará un año después, en 1927. Vale la pena apuntar el nombre completo del personaje, que viene en la sección «Acerca del autor» en el libro en cuestión: Newton (Newt) Artemis Fido Scamander, quien nació en 1897.




Como uno de los temas que se encuentran en la saga de Harry Potter, y obviamente también en esta película, es el lado oscuro y los magos que practican la maga negra, que son criminales, crueles, arrogantes, racistas, esclavistas, paranoicos, sádicos, etcétera, es lógico que parezca que esta obra es un reflejo de Donald Trump y de los oscuros tiempos que ya están aquí. No lo es. Son Trump y su gente los que siguen los tristes modelos fascistas del pasado y los quieren imponer de nuevo y, por tanto, entran a la perfección en el molde descrito. Y es que el universo mágico creado por J.K. Rowling es tan amplio que incluye, también, una crítica al resurgimiento de la ultraderecha en el mundo en los últimos años. Hay incluso un personaje, un junior adinerado, que se encamina a la presidencia del país...




Esta película, dirigida por David Yates (nacido en 1963, en Inglaterra), quien dirigió las últimas cuatro películas de Harry Potter, es, al igual que esos filmes, una mezcla precisa entre luz y oscuridad, en los temas y en la fotografía, y nos muestra una Nueva York bellísima pero fría, en parte nostalgia y en parte fantasía, al borde de la Gran Depresión. Y el retrato de los Estados Unidos, a través de la comunidad mágica y de los fanáticos, es entre otras cosas el de la segregación racial, la inseguridad y la paranoia.




Los vestuarios son estupendos, así como la escenografía y la fotografía. Los efectos especiales, maravillosos. Los diseños de los animales son sensacionales y en ningún momento se vuelven una caricatura, como lamentablemente sucedió, por ejemplo, con los monstruos de Los hombres de negro o los fantasmas de Ghostbusters. Las interpretaciones son muy adecuadas, pero sobresalen Eddie Redmayne (recordemos la escena en la que realiza un ritual de apareamiento para atraer a la versión fantástica de un rinoceronte), Dan Fogler (muy simpático pero controlado, en permanente estado de shock debido al descubrimiento de la magia), Alison Sudol (muy divertida), Samantha Morton (muy dura en su papel de fanática religiosa) y Ron Perlman (como un impresionante y traidor goblin gángster).




La minuciosidad del diseño en todos los aspectos de esta película es verdaderamente espectacular. La película es bellísima, así como la música de James Newton Howard; es divertida, tierna y ligera, y también tiene sus aspectos siniestros. Ahora que sabemos que vienen cuatro filmes más, escritos por J.K. Rowling, y dirigidos por David Yates, como se ha anunciado, podemos suponer que la serie se volverá más compleja e interesante.

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Animales fantásticos y dónde encontrarlos (Fantastic Beasts and Where to Find Them)
Dirección: David Yates
Guión: J.K. Rowling
Fotografía: Philippe Rousselot
Edición: Mark Day
Dirección de producción: Stuart Craig, James Hambidge
Vestuario: Colleen Atwood
Música: James Newton Howard
Con: Eddie Redmayne, Colin Farrell, Katherine Waterston,  Samantha Morton, Dan Fogler, Alison Sudol, Jon Voight, y Johnny Depp, entre muchos otros
Género: Fantasía, Aventuras
País: Inglaterra y EE.UU.
Año: 2016
Duración: 133 minutos

    

viernes, 18 de noviembre de 2016

Coordenadas para encontrar a Leonard Cohen




Coordenadas para encontrar a Leonard Cohen

Marlén Curiel-Ferman

En el mundo hay muchas palabras difíciles de definir. El día de hoy únicamente vengo a traerles dos de ellas: poesía y hombre.

Ahora que el mundo ha olvidado la capacidad de sentir la poesía, ahora que el mundo cada vez se asume menos hombre (entendiéndose bajo la primera acepción, la que hace referencia a la humanidad), resulta un caso trillado, incluso de una cursilería mal acomodada para un siglo que no tiene ganas de llorar por lo realmente conmovedor ni de reír por aquello que nos devasta. No vengo, pues, a contarles lo que para mí significa poesía u hombre. Eso ya lo definió Leonard Cohen.




El problema es que desde hace una semana que ya no está.

No lo hemos podido localizar debajo de nuestros LPs, donde salía joven, medianamente apuesto y sumamente tímido, a veces una guitarra, a veces una mujer (implícita o explícita), a veces senderos, corazones o bastones; pero siempre un par de ojos de felino tranquilo, como flotando en las aguas de los mantras que él ya conocía mucho antes de haberse ido por la filosofía budista. Tampoco lo hemos podido localizar en algo que llamamos nostalgia, ni en su buque grandísimo, que se amplía a placer entre más tiempo nos recorren los vientos de todos los tipos; no está, les juro, en la idea que tenemos del amor, de la soledad, de la miseria entre la risa pasajera, de la sexualidad, de las ciudades que respiran como un pulmón enfermo que seduce al más inocente para robarle su paz.

Leonard Cohen tampoco está en los diarios que todos leímos junto a él mientras cantaba «In my secret life» y recordaba la isla de Hydra, donde plantó semillas que luego fueron Flores para Hitler (1964) y proyectó a Lorca y Adam, sus hijos que le siguieron la pista, ya fuera desde la lente o desde una guitarra.

Leonard Cohen, les aseguro, no está más. Queda su obra, su maravillosa obra compuesta por nueve poemarios, dos novelas, catorce álbumes de estudio, ocho álbumes en directo, cuatro álbumes recopilatorios y cinco más de homenaje. Hace unos días se dice que vieron pasar a «So Long Marianne» vestida de una juventud confundida ahora que no está su creador, el único que podía revivirla con su voz, sin importar que ya tuviera 70 años. Dicen también los que presenciaron la marcha que hubo un debate para elegir la canción adecuada a la partida de su hombre: «A Singer Must Die» (incluida en su fabuloso álbum New Skin for the Old Ceremony de 1974), «Hallelujah» (que se encuentra en su disco Various Positions de 1984), «If It Be Your Will» (también del disco anteriormente citado). Sus mujeres todas, las reales, las imaginarias, las coristas, las de viento, las agradecidas, las escritas y cantadas, decidieron que era mejor entonar el último verso, «Estoy preparado, mi Señor», que aparece en su último álbum, You Want It Darker, publicado apenas un mes antes de su muerte.




Hicieron bien. Leonard Cohen es el real exponente de la evolución correcta del poeta: nació para expresarse, escribió en su juventud para remorderse y torturarse, la métrica muy visible, casi como su corazón de vulnerable inocencia dramática; llegó a la etapa de la madurez con la métrica escondida en los pliegues de la cara, anteponiendo mejor el estoicismo a veces amargo que sedujo a todos y a tantos, especialmente a la vida, que limpió sus versos hasta volverlos sencillos, más claros y diáfanos que nunca. Cohen estaba preparado para hablar directamente con la gente sin la crudeza del político ni la zalamería del sacerdote. Cohen, pues, se volvió gurú de sí mismo, de la verborrea que permea entre los poetas jóvenes y los no tan jóvenes que insisten en sufrir sus textos y, por lo tanto, apagar la poesía. Cohen se volvió después en el gurú de los que también han buscado a ciegas. First We Take Manhattan, Then We Take Berlin… Primero tomó su poesía, luego tomó la poesía de los otros. Y lo hizo por los cuernos. Y desbarató los quinqués del decimonónico y escribió signos de niño sobre las vanguardias. Había que reírse pero no burlarse. Había que seguir sin intentar ser seguido.

Para cuando lo agarró el crepúsculo, Cohen ya estaba en la línea recta hacia el silencio. Eso es lo que pasa con el poeta: encuentra la luz y el sonido en el silencio. No tiene más nada qué decir, pues sabe que la flor y el fango tienen su canción propia. Leonard se dedicó a filosofar, a rezar sus mantras con su voz de terciopelo y roble, prueba de ello son sus últimas canciones, en donde ya no cantaba. Cohen se volvió un maestro de la oración. Y luego fue otra vez niño, y luego abrazó al silencio.

Dicen que sufrió una caída la noche previa a su muerte. Sus versos saben que no, que simplemente fue un ejercicio, el último, de ejercer la humildad. Besó la tierra. Luego, partió.

Es muy probable que ahora que murió nos preguntemos: ¿Por qué a él no le dieron también el Nobel? ¿Habrá decidido irse ahora que Trump fue electo y es casi seguro que nos seguirán tiempos agrestes para la poesía?




La cosa es sencilla de responder. A Cohen poco le importaban este tipo de asuntos. Se ganó el Príncipe de Asturias en 2011. Los gobiernos, al menos en sus territorios creativos, poco lo asustaban.

Leer y oír a Cohen se vuelve entonces una constante que no debería dejarse de lado. No porque un día vayamos a un café y podamos hacer gala de los poemas que memorizamos (para qué, en todo caso). Tampoco porque, tras leerlo u oírlo vayamos a escribir igual que él. En este mundo nada se repite, todo se emula.




Leer y oír a Cohen es esencial para aprender de su tratado (construido sin querer) de pureza y honestidad. Se necesitan dosis enormes para comprendernos ahora que nos quedamos muy solos, cada vez más solos, con nuestras máscaras y circos mediáticos al por mayor. Se necesita a un maestro como Leonard para entender lo que es ser hombre. «I’m Your Man». Y sí, él es de los pocos que alcanzó este estadío.

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[Me acaban de decir que por fin encontraron a Leonard Cohen. «Canten “Dance Me to the End of Love”, ése es el camino», me susurraron ciertos versos. El amor es el camino. El silencio, su resolución en este mundo].